El misterio parapsicológico más popular, cutre y fraudulento de España ha seguido dando que hablar durante años gracias a sus agitadores. Esta es la historia de las caras de Bélmez.
La ciencia, sobre todo durante los últimos siglos, nos ha ido sirviendo para despejar las dudas que albergamos acerca de los misterios del mundo que nos rodea, desde lo microscópico hasta lo astronómico, e incluso acerca de nosotros mismos. Muchísimo es lo que aún no sabemos, pero el desconocimiento no es óbice, excusa ni justificación para inventarse las respuestas: hay quien vive, no sólo de embrollar el proceso de comprensión científica, sino también de urdir misterios que no existen. Y ese es el caso de las famosas caras de Bélmez.
Décadas aguantando caras muy duras
Cuentan que, en agosto de 1971, María Gómez Cámara, una residente de la localidad andaluza de Bélmez de la Moraleda, salió corriendo a avisar a sus vecinas de que había encontrado una mancha con forma de rostro humano en el suelo de cemento de su cocina, que probablemente no era más que grasa o humedad y, en definitiva, un caso de pareidolia. La vivienda se llenó de gente curiosa durante los días siguientes, hasta que uno de los hijos de María, que estaba comprensiblemente hasta el gorro, destrozó la mancha valiéndose de una piqueta. Pero hete aquí que, en septiembre, apareció otra mancha en el mismo suelo de cemento, la cara más famosa de cuantas se vieron en Bélmez, conocida como la Pava, que aún se conserva. Días más tarde, el caso saltó a la prensa por la cantidad de personas que se acercaban a Bélmez para admirar el fenómeno, porque se organizaban viajes hasta el lugar, y mientras tanto, la familia aceptaba la voluntad por el acceso a la cocina y vendía fotografías de la Pava a diez pesetas la unidad.
Sin embargo, las manchas de Bélmez no se hicieron realmente populares hasta que, en 1972, el diario vespertino Pueblo, uno de los tres más significativos durante el franquismo, publicó una serie de reportajes sobre el asunto, aumentando con ello su tirada en 50.000 ejemplares. A partir de entonces, un buen número periodistas y parapsicólogos llegaron al pueblo, dispuestos a conocer el misterio más cutre que ha dado el mundillo paranormal español, y muchos de ellos se dedicaron a afirmar que se trataba de una manifestación del Más Allá. La conclusión más sensata y más probable, vaya, y con más pruebas que la apoyan, claro; es decir, ninguna.
Pero como le ocurre a todo fenómeno semejante, pasados unos meses, se desinfló, en especial después de que Pueblo manifestara que no tenía nada de paranormal, que eran un fraude, y dejase de prestarle la atención anterior: según los análisis, las caras habían sido pintadas con sales de plata. Y hubo de transcurrir un cuarto de siglo La familia en cuya casa "aparecieron" las caras cobraba la voluntad a las visitas y vendía fotografías de una de ellas
para que a alguien se le ocurriese resucitar el tema: nada más y nada menos que al misteriólogo mayor del Reino, Iker Jiménez, cuya escasez de rigor intelectual y ética periodística ha demostrado en numerosas ocasiones, como cuando dijo que, en ciencia, la verdad depende de mafias y modas. El caso es que, en 1997, junto con Lorenzo Fernández, publicó un reportaje en la mendaz revista Enigmas en el que afirmaba que las caras de Bélmez son auténticas y que su declive de popularidad se debió a “una operación oculta que tuvo como único objetivo aniquilar el misterio”. ¿Pruebas? De nuevo, ninguna. Así, espolearon una cuestión cerrada hacía tiempo y volvieron a correr ríos de tinta absurda en los años siguientes. Y no contento con ello, en 2003, Jiménez publicó un libro con Luis Mariano Fernández asegurando que algunas de las caras se ajustan a las de familiares de María Gómez que murieron en el asedio al santuario de la Virgen de la Cabeza durante la Guerra Civil, incluso manipulando las fotografías.
Mientras tanto, en Bélmez, después de que María Gómez falleciese en 2004, el Ayuntamiento quiso comprar su casa para explotar turísticamente el fenómeno, pero los herederos pedían 600.000 euros por ella. Entonces, de forma muy oportuna, unos parapsicólogos pregonaron que habían hallado nuevas caras (teleplastias, residuos de ectoplasma) en la vivienda en la que María Gómez había pasado su infancia y que, casualmente, era mucho más El Ayuntamiento de Bélmez construyó un museo sobre las caras con 800.000 euros de dinero público y fondos europeos
barata: de 84.000 euros. Por supuesto, las acusaciones y pruebas de falsificación no tardaron en llegar, como ya ocurrió con las primeras caras.
En febrero de 2013, el Ayuntamiento de Bélmez inauguró el Centro de Interpretación de las Caras, un museo sobre las mismas donde antes se encontraba la antigua escuela, que fue financiado con fondos de la Unión Europea: un escándalo vergonzoso que costó la friolera de 800.000 euros de dinero público. Y en septiembre de 2014, Iker Jiménez volvió a la carga en su programa de televisión Cuarto milenio y pretendió demostrar que ninguna de las explicaciones acerca del fraude de las caras era correcta, programa que “no resiste el menor análisis serio” según Javier Cavanilles, autor de Los caras de Bélmez junto con Francisco Máñez. En este libro de 2007, que da título al presente texto por su gran elocuencia, se explica que, entre otras cosas, todos los análisis químicos realizados a las caras durante años confirman el fraude, que “son manchas retocadas” una y otra vez con las mencionadas sales de plata, luego con carbón y lápiz, pintura y otros medios.
Cualquiera puede hacer caras de Bélmez en un suelo de cemento con agua, aceite y vinagre. Lo triste es que, cuando no basta el sentido común para rechazar algo tan ridículo como este caso y es necesario emplear tiempo y esfuerzo para demostrar el fraude, cuando las personas están más dispuestas a creer disparates que explicaciones con los pies en la tierra de lo más sencillas, algo no va bien en nuestras azoteas, y deberíamos hacérnoslo mirar.
Agradecemos a César Noragueda
Fuente: http://bit.ly/1l2tCZH
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